El coronavirus es una experiencia que vivimos hoy de manera global, y sin embargo no es igual para todos la manera en que nos afecta. Será que nuestras desigualdades sociales tienen relación con nuestras desigualdades a la hora de encarar esta batalla?
El año 2020 empezó con aires de cambios. Cambios profundos y fundamentales en la estructura sanitaria de los países.. Cambios que se volvieron sociales, y finalmente económicos.
El virus empezó lentamente a repartirse por el mundo, y poco a poco en cada país se fueron implementando medidas orientadas a hacerle frente. Primero la sanidad, lavarse las manos, mantener siempre la distancia. Sin tener en cuenta que, en el mundo de hoy, todavía existen millones de personas que no tienen acceso al agua.. Y que viven en condiciones de hacinamiento. Luego se dictaron períodos de cuarentena, en los que cada persona debía aislarse del resto de la sociedad, para no contagiar ni ser contagiada, evitando así el disparo de la curva hacia niveles insostenibles. Sin tener en cuenta, una vez más, que en el mundo de hoy existen millones de personas que dependen de su labor en el día a día para subsistir, y que de ello depende que puedan llevar el pan a sus casas.
El Covid-19 ha llegado a nuestro 2020 para dejar en evidencia la profunda desigualdad que existe en el mundo en el que vivimos. Y al interior de cada Estado. Y en nuestro día a día.
Ningún país estaba preparado para enfrentar esta pandemia, por más que había sido predicha mucho tiempo antes (desde nostradamus hace siglos, hasta científicos como el profesor Ian Goldin de la Universidad de Oxford, quien afirmó que la próxima crisis mundial vendría de la mano de una pandemia). Ningún país, a excepción de China y sus aliados (Rusia y Corea del Norte, en primera plana).
Hoy nos encontramos con sistemas sanitarios insuficientes, economías colapsadas, presupuestos públicos que deben ser reestructurados, mercados bursátiles que no soportan la incertidumbre (para mayor referencia, observar los valores del índice VIX en el último mes).
Vivimos en un mundo de suma positiva?
En el contexto actual, cabe preguntarse… El mundo, nuestras organizaciones (y nuestras relaciones incluso), se desarrollan como juegos de suma positiva? Existe el derecho como un factor generador de propuestas que determinen el éxito de este mundo de ganar-ganar?
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el mundo estaba cansado de luchar, y de perder en esta lucha el bienestar y progreso que podría tener si se hubiera invertido el tiempo en el desarrollo económico, en el planteamiento de nuevas ideas que fueran capaces de crear nuevas realidades. En la búsqueda de esos vínculos constantes de ganar-ganar, nació la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 24 de octubre de 1945, un mes después de concluida la guerra. La organización se creó como un acuerdo de los países aliados con la finalidad de mantener la paz y la seguridad de los estados miembros, que fueron inicialmente 51.
Hoy, la ONU se constituye como la mayor organización a nivel internacional para enfrentarse a los problemas de la humanidad. 193 países forman parte de las Naciones Unidas (cuando en el mundo existen 194). La única excepción es la de la Ciudad del Vaticano, que tiene el rol de estado observador.
Al llegar el año 2000, se redactó la Declaración del Milenio, y fue firmada por los estados miembros acordando valores y principios que serían respetados con el fin de crear un mundo con más oportunidades y menos desigualdad. En esta declaración se acordaron también los objetivos del milenio, cuyo cumplimiento se estipuló para el año 2030.
Cita la declaración, como uno de sus objetivos: Aumentar la eficacia de las Naciones Unidas en el mantenimiento de la paz y de la seguridad, dotando a la Organización de los recursos y los instrumentos que necesitan en sus tareas de prevención de conflictos, resolución pacífica de controversias, mantenimiento de la paz, consolidación de la paz y reconstrucción después de los conflictos. En este sentido, tomamos nota del informe del Grupo sobre las Operaciones de Paz de las Naciones Unidas, y pedimos a la Asamblea General que examine cuanto antes sus recomendaciones.
El siglo de Marathon
Al empezar el siglo XXI, se dió un primer quiebre con la caída de las Torres Gemelas. Sin tomar en cuenta las diferencias en el Consejo de Seguridad, EUA invadió Afganistán, luego Irak, y la ONU fue perdiendo poquito a poco su prestigio. Los Estados miembros del Consejo de Seguridad no impulsaron sanciones contra el país occidental, sino que en lugar de esto definieron modificar su postura, tal como lo expresaron en el resumen de sesiones del año 2001.
“El Afganistán, el terrorismo, África y la continuación de la violencia en el Oriente Medio entre las cuestiones fundamentales que trató el Consejo de Seguridad en el año 2001.
El Consejo aprueba una estrategia general contra el terrorismo, envía misiones al África occidental y la región de los Grandes Lagos y supervisa la situación en Kosovo y los progresos en Timor Oriental.”
Con este criterio, evitaron perder el prestigio de la ONU, como hubiera sucedido si quedaba en evidencia la diferencia entre sus miembros. Y con el paso del tiempo todo se volvió más laxo.
Y hoy nos encontramos en una constante reunión de té en la que todos nos sonreímos cuando en realidad estamos esperando a que el otro tropiece para empujarlo un poco más y asegurarnos que se hunda en el barro. Estamos en el escenario de Marathon.
En este escenario actual, los Estados cuál participantes en el concurso de baile, buscan alternativas para ganar el concurso y ocupar al fin el lugar de la primer potencia mundial. En esta carrera, EUA venía perdiendo ventaja respecto de China, que si no era ya la primer potencia económica mundial, luego de la pandemia seguramente lo sea.
El impacto del virus en el mundo no es azarosa
Sin caer en el determinismo, se puede observar que existen muchas conveniencias en juego detrás de esta epidemia. Es conveniente para economías regionales, es conveniente para ciertos mercados. Si enfocamos el contexto global desde una perspectiva realista; es decir, observando juegos de suma cero, en el que un jugador pierde lo que el otro jugador gana; la batalla por el liderazgo económico no se podría dar de nuevo con los medios con los que se daba antes de la 2da Guerra Mundial. La bomba nuclear marcó un antes y un después en este sentido, ya que una 3er Guerra Mundial sería corta y masiva, al punto en el que podría destruirse el planeta entero con una escalada de este tipo.
Luego de la 2° Guerra Mundial se crearon organismos internacionales, se firmaron tratados, se vivió la Guerra Fría y se elaboraron miles de teorías sobre cómo serían las futuras guerras… biológicas, químicas, económicas.
Hoy puede que estemos ante una suerte de Guerra Fría 2.0, motivada o casual, en la que los principales jugadores son China y EUA. China busca hacer frente a EUA y deteriorar su economía, para ganar puntos en su carrera hacia la cima. USA busca limitar el avance chino sobre los mercados occidentales, hecho que se viene dando desde los ‘90 y que ha ido creciendo en escala exponencial. Hay muchos otros jugadores en el tablero, cada uno con sus intereses propios (es el caso de Rusia, Arabia Saudita, etc).
Mi pregunta en este contexto hoy es: Vivimos un contexto de suma positiva, tal como fue el compromiso de los Estados al iniciar el siglo XXI?
Jugadores que sí y jugadores que no
En el tablero no solo nos encontramos con Estados, sino también con organismos y personas que juegan su rol dentro de la realidad que vivimos.
Jugadores que aportan a la creación de una conciencia global, para un mundo más justo. Existe hoy en el mundo un movimiento más bien cultural, relacionado con lo que se llama “conciencia planetaria”. Este término hace referencia esencialmente a hacer a un lado la idea de supervivencia (solos o en manada, como individuos, entidades o Estados), para dar lugar a la idea de construcción: Un mundo mejor es posible si entre todos lo generamos. Implica hacer a un lado egoísmos, miedos, ansiedades ante la incertidumbre de lo que vendrá. Implica hacerse a un lado del remolino de actividades del día a día, que nos lleva corriendo de un lado a otro sin poder pensar siquiera a dónde vamos. Implica dejar de ser pollos sin cabeza corriendo por ahí, para darnos cuenta de que somos humanos. Y que estamos capacitados para construir juegos de suma positiva.
Algunos ejemplos de conciencia planetaria son Bluedot.global (una web que predice los brotes infecciosos y sus potenciales contagios en cualquier lugar del mundo); Fold.it (un juego que nos permite ayudar a diseñar una cura para el virus, jugando con la estructuración de proteínas; entre otros. Son ejemplos que, de haber tenido mayor relevancia, hubieran hecho posible que esta pandemia de hoy no exista.
Teniendo en cuenta esto, surge una nueva pregunta: Cuál es el peso que pueden tener organizaciones como estas en la configuración del mundo actual?
Desigualdades y diferencias
Cuando empezó a expandirse lo que hoy consideramos una pandemia, los gobiernos comenzaron a pedir a sus ciudadanos que mantengan la distancia. En este contexto, miles de presos hacinados en cárceles en países como Colombia, Líbano e Italia se rebelaron en reclamo de su libertad.
En el mundo encontramos casos de países (Sudáfrica por ejemplo) en los que el acceso al agua potable está privatizado. Existen más de 1.000 millones de personas que habitan los cinturones de pobreza cercanos a las grandes ciudades, y el 80% de ellas se encuentran en Asia y África. El agua es un recurso escaso para cada vez más personas, y seguirá este rumbo mientras se mantenga el proceso de cambio climático.
El movimiento de personas tampoco se frena, en ciertos contextos. Puede ser que nosotros, ciudadanos de clase media que contamos con una computadora e internet para leer esto, podamos quedarnos en nuestras casas encerrados. Pero no es este el caso de todas esas personas a las que la pobreza y la guerra empujan a salir de su territorio, e incluso de sus países (es el caso de lugares como Afganistán, Siria, Yemen, Haití, Venezuela, Myanmar y diversos países africanos).
El tráfico de drogas, personas, armas, minerales, recursos naturales y especies animales difícilmente se tome el tiempo de frenar su actividad debido a la pandemia. Más teniendo en cuenta la cantidad de personas en situación de precariedad que llevan adelante esta actividad para subsistir en su día a día y para mantener a sus familias (esto aplica a cultivadores, personas que desarrollan su actividad en el transporte y venta de drogas, armas, etc.). Y más teniendo en cuenta la conveniencia del mercado actual para la venta de distractores como son las drogas. Incluso es posible esperar un aumento de estas actividades ilícitas, dado que la ayuda humanitaria proveniente de países del primer mundo que hoy se encuentran diezmados por la pandemia va a decrecer sin lugar a dudas.
Hoy es una realidad que, mientras para algunas personas el aislamiento implica no contar con servicio doméstico y utilizar el delivery con mayor frecuencia, para otras personas (y no pocas.. Sino miles de millones), esta nueva realidad de la pandemia propone encrucijadas y dilemas a resolver, en los que se juegan su supervivencia.
Existen 2.000 millones de personas (el 60% de los trabajadores en el mundo, según lo indica la Organización Mundial del Trabajo), que desarrollan sus actividades en el mercado informal. Son personas que carecen de protección social, derechos laborales y condiciones de trabajo que los amparen frente a esta situación de la pandemia.
Conclusiones transparentes
En este contexto de desigualdad, de competencia entre los estados, predominan los juegos de suma cero. Lo que yo gano, vos lo perdes. El resultado con el que convivimos hoy es un 9% de la población mundial que aglutina el 84% de los recursos y las riquezas. Y una extrema desigualdad en las oportunidades de desarrollo, para personas, para organizaciones y para los mismos Estados que conforman el Nuevo Orden Mundial.
Uno de los objetivos del milenio proponía consolidar el respeto del imperio de la ley en los asuntos internacionales y nacionales y, en particular, velar porque los Estados Miembros (de la ONU) cumplan las decisiones de la Corte Internacional de Justicia, con arreglo a la Carta de las Naciones Unidas, en los litigios en que sean partes.
Hoy los Estados coexisten en un mundo de verdades a medias, en el que se firman tratados y se acuerdan medidas políticamente correctas, mientras que en el trasfondo, la realidad nos muestra una competencia feroz por la hegemonía en términos económicos. En este contexto, la hegemonía militar sí ha perdido peso frente a la necesidad de utilizar tácticas masivas (como lo fuera en su momento la bomba nuclear) y frente a la condena que ello implicaría (también “políticamente correcta”) por parte de los organismos internacionales. Por eso las guerras masivas hoy se disimulan, disfrazadas de pandemia.
En el contexto actual, existe un desafío fundamental para el derecho internacional. Es el de volver a instaurar sus principios con más fuerza que nunca. En un mundo de realismo disfrazado, sólo la transparencia podrá hacer valer los derechos para todos. Y esta es una labor que nos corresponde llevar adelante desde nuestra propia conciencia planetaria, si esperamos contar con un planeta habitable en 2030.
No tenemos control sobre lo que sucede.
Tenemos incertidumbre. Tenemos aprendizajes. Tenemos resiliencia.
Creemos con estas herramientas la realidad que queremos vivir.