En mi vida siempre existieron penumbras.
Esos casi secretos, esas cosas que nunca me animé a hacer.
O a ser.
De niña, creía en los cuentos de hadas. En mis padres, modelo de personas compañeras entre sí.
Personas que le ponían el pecho a la vida, siempre juntos.
En mi familia de origen, allí donde crecí, nadie rompe sus vínculos. No hay separaciones, ni arrepentimientos… Siempre mirar hacia adelante. Con el compañero al hombro, y viceversa.
Sin embargo, desde que tengo consciencia siento en las tripas esa penumbra.
El secreto que me grita al oído aquello que nunca fue.
Que no pudo ser.
De quién es la historia que estoy repitiendo?
Cada tanto mi inconsciente salvajemente sale a la luz, intenta mostrarme algo que no logro comprender.
Quién soy? Hacia dónde me dirijo?
Otras veces, fluyo por la vida como una mariposa celebrando las flores, viviendo sin dudar un minuto más.
Muchas veces, me desconozco. Aún sabiendo que soy yo misma, me siento habitante de otro lugar, de otros cuerpos.
Y sólo algunos, pocos (y delicados) momentos, conecto con mi esencia. Mi música de fondo.
Esa emoción. Esa tristeza que amaga a salir pero que no se atreve a ver la luz.
Y sigue habitando mis tripas, mi visceral oscuridad.
¿Quién soy yo para oponerme a ella? Me pregunto
¿Qué puedo hacer para soltarla, para dejarla ser en libertad?
Un suave miedo se cruza en mi camino, y comienza a crecer. A marcar el paso.
Y asi, en un pequeño instante, la oscuridad se vuelve total.